Por María Elena Dressel (Empresaria, Periodista, Asesora Comunicación Corporativa)

El año 2020 quedará, sin lugar a dudas, grabado para siempre en nuestras mentes y corazones. Un año pandémico inesperado, que dejó en evidencia la fragilidad humana en su máxima expresión.  En medio de un sinfín de informaciones y noticias, el rol de los medios y plataformas digitales se hizo más visible e importante que nunca.

Según un estudio elaborado por la Asociación de publicidad, marketing y comunicación digital en España IAB Spain, ya en el mes de julio de este año, el uso de las redes sociales, alcanzaba una media de  4,5 por usuario de manera efectiva en dicho país. Lo que representa una red social más por persona que en 2019 . El estudio también indica que el tiempo de uso en WhatsApp era de 1h43″,  Twitch 1h40″, Youtube 1h39″ y Spotify 1h38″.  Para el conjunto de todas las Redes Sociales analizadas, los usuarios declararon un promedio de 1h19” minutos diarios.  Cifras que claramente fueron en aumento en la segunda mitad de este año tan particular. Chile, por su parte, es el país de la región con un mayor aumento del uso de las mismas. Según la encuesta Criteria, en abril de este año ya se había aumentado de 18 a 22 horas semanales la navegación en redes. Y recién era incipiente el uso de Zoom y Teams como plataformas hegemónicas del teletrabajo.

Ante este escenario, los periodistas hemos tenido el tremendo desafío de generar redes de comunicación inmediatas, eficaces y a la vez verificables. La palabra ética en un escenario líquido y veloz empezó a quedarse corta y a no dar el ancho al momento de manejar cientos de miles de noticias, hilos de conversación, teorías conspirativas y  declaraciones públicas, etc. A ello debemos sumar las sensaciones y motivaciones de sociedades hiperconectadas y fragmentadas, donde los derechos sociales y la comunicación son el eje de los movimientos masivos que cuestionan el status quo y la manera tradicional de hacer las cosas.

En esta era de la tecnología, la abundancia y el desarrollo de nuevas habilidades, cabe preguntarse… ¿De qué manera enfrentamos el futuro? Como comunicadores, pero sobretodo como seres humanos. No es casual, que ya en el año 2017, Peter Diamandis, ingeniero, médico y empresario, cofundador y presidente ejecutivo de Singularity University, recogiera la teoría a la que apunta A. D. Thibeault, resumiendo el planteamiento de “Abundance”.  Diamandis definía la abundancia como: “Un mundo de nueve mil millones de personas con agua limpia, alimentos nutritivos, viviendas asequibles, educación personalizada, atención médica de primer nivel y energía omnipresente y no contaminante”.  Este futuro, “debería ser alcanzable dentro de 25 años, con un cambio notable dentro de la próxima década”, plantea. Teoría apalancada por tres pilares en el desarrollo tecnológico.  Más conexión de la población general, una mirada crítica de los consumidores y productores de bienes y servicios y una revolución de las comunicaciones de la mano del uso masivo de teléfonos celulares. En este escenario, conceptos como Responsabilidad Social Editorial (RSED) aparecen como parte de un nuevo lenguaje. Tal como las empresas privadas adscriben a valores como el Triple Impacto (certificación B) y los fondos de inversión como BlackRock, exigen a sus empresas una mejora sustancial en los indicadores de sostenibilidad (hace unos días devolvió informes sobre la evolución de dichos indicadores a cerca de 250 compañías por su falta de compromiso). La RSED (concepto en el que he trabajado como periodista y académica universitaria) debería convertirse en un movimiento voluntario que genere una conciencia colectiva respecto al rol que jugamos todos quienes generamos contenidos. Con vistas a construir un tejido social robusto, basado en valores como la búsqueda de la verdad, la diversidad, el respeto a los DDHH, la innovación, la inclusión y la construcción de futuro.